domingo, julio 21, 2013

En una de tantas vidas

Una simple empleada, eso era yo. La que recibía ordenes de otra mujer por primera vez en su vida, por primera vez en mi vida no era yo quien daba las ordenes. Pero aquello no iba a durar mucho, me harté pronto de la situación. 

La jefa era una judía rubia, alta y hermosa; que celaba su negocio como todos los judíos saben hacerlo. Entró a la tienda decidida como siempre, en sus zapatos altos dando gritos y manotazos, ¿por qué?, por esto y aquello, por cualquier cosa.

La seguí a la bodega, yo ya no escuchaba nada, solo un leve zumbido que se fue intensificando, se me nubló la vista y me convertí en un ente alto, aun mas alto que ella con todo y sus tacones caros, mis brazos se hicieron fuertes y mis garras eran afiladas, la tomé de cuello y aplaste su cabeza contra el techo, ella estaba roja, trataba de jalar aire pero no lo lograba, tomé con mi otra garra su cabello de oro y la sostuve en alto para que pudiera tomar aire, no merecía tan repentina muerte. Le metí el puño en la boca quebrando su quijada, podía sentir como cada cabello iba siendo arrancado de su horrenda cabeza, la llevé al frente de la tienda y con gran fuerza golpee con su cuerpo el suelo, perdió el aliento y se quedó quieta, me miraba con ojos de terror, ya no luchaba por respirar, solo gemía cuanto su pulmón no reventado le permitía. 
Mostré mis dientes frente a su cara y la lamí, su sabor era asqueroso, posé mi garra en su frente y rasgué su piel y músculos hasta su vientre, a la altura del ombligo jugué, mientras ella gemía mas fuerte, metí suave mi mano hasta sentir sus entrañas y la levante nuevamente, la arrojé contra la pared, entre pared y techo y la sostuve de los brazos con una sola mano, volví a meter mi mano y saqué todo lo que encontré, tripas, sangre, trozos de huesos y los restregué por su cara. Decidí terminar y abrí su cuerpo por mitad, el lugar entero quedó ensangrentado y oliendo a putrefacción, el calor hacía que su cuerpo se descompusiera rápidamente.

No volví en mi hasta días después  la empleada me despertó y me levantó del suelo, quedaban algunos restos de sangre en el techo. -Levántate pronto- me dijo - Pronto van a llegar y revisarán las cámaras y sabrán quien hizo todo esto, tenemos que irnos.

No sabía que hacer, estaba confundida, tenía miedo, rezaba a los Dioses porque nadie me descubriera, pero sentía tanta satisfacción de lo que había hecho, había acabado con aquel ser tan detestable. Me había sacudido del hombre aquella molestia y sin embargo nadie me lo agradecería, tendría que cobrar algunos favores para huir de ahí y empezar una nueva vida, lejos de mí hogar, lejos de mi familia. Pero al final sería una vida en donde sólo yo mandaría y dictaría lo que hacer. 

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